Todos somos adictos a algo, al olvido, a los recuerdos, al engaño. Basta con hallar la sustancia, la emoción que canalice nuestro vicio.
Vivir es alejarse lentamente de la felicidad. Solo nos mantiene unidos a ella el doloroso cordón umbilical de la memoria; y la memoria, a su vez, es invadida constantemente por la imaginación y el ensueño.
Siempre acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira.