“¿hacia donde voy desde aquí?- preguntó Alicia-
Eso depende de donde quieras llegar- respondió una sonrisa desde el árbol-
No lo sé, a cualquier parte- repuso la niña-
Entonces no importa hacia donde vayas, siempre que camines bastante, llegarás a algún lugar”
Extracto de Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carrol.
Mientras nos vimos enfrentados al encuentro colectivo entre cuerpos, que por medio de la transferencia de afectos, generó un contra poder; que fue el movimiento secundario de principios de año, presenciamos por primera vez la nueva imagen que se forma a partir de un espejo roto.
En el desarrollo teórico del psicoanalista J. Lacan el estadio del espejo se encuentra en el terreno de lo imaginario; que se complementa con lo real inasible e indecible y lo simbólico identificado como aquello que enfrenta al sujeto a un “Gran Otro” y que lo integra al orden simbólico por medio del lenguaje (representado en la figura paterna o el nombre del padre).
Desde aquí identificamos el estadio del espejo como lo que acontece a los niños entre los 6 y 18 meses, donde, por primera vez, “reconocen”, su propia imagen en el espejo. Espejo que proyecta la imagen que tiene de él (el niño) otro distinto (su madre) y a través de la cual este construye su propia imagen de si mismo. Se identifica.
Este estadio marca una brecha entre el sujeto y el propio self que nunca puede ser superada. De aquí en más seguiremos siendo la imagen que alguien proyecta de nosotros. Seguiremos viéndonos como nos ven; a través de un espejo que muchas veces nos refleja humanos, pero menos humanos que otros. Un espejo que nos hace reconocernos como un otro subalterno y que, muchas veces, puede devenir en la identificación del espectador con el actor.
Como el mismo Lacan dice: “El estadio del espejo es un drama… para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad- y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante, que va a marear con su estructura rígida todo su desarrollo mental”
Este espacio de lo imaginario que es el estadio del espejo es algo profundamente sedimentado en nuestra propia experiencia, pero sepultado bajo la racionalidad adulta de la vida cotidiana (y bajo el ejercicio de lo simbólico). Es ya una alineación; pues el sujeto ha sido cautivado por su imagen especular.
En directa relación con lo anterior es que quiero plantear al movimiento secundario como un movimiento que logra romper con esa imagen que aparece de nosotros mismos ante el espejo, que son los otros y sus imágenes de nosotros.
Mientras la ley, el estado, los medios de comunicación masivos y los adultos (padres) sostienen una imagen de estudiante secundario que no esta ni ahí, que es incapaz de tomar el control de sus actos, que no tiene la constancia y disciplina necesarias para articular y mantener un movimiento que pase de la mera reacción adolescente; los secundarios han sido capaces de verse a si mismos de manera destinta. De conocerse desde si mismos, o por lo menos desde una imagen que emerge de otro cercano, que se sienta de su lado en la sala de clases. De construir una imagen de si mismos que, al final del día, no los hace aparecer como subalternos, sino como sujetos de poder y de cambio.
Desde aquí, ¿hacia donde pueden ir desde aquí? Donde quieran.
Ellos han roto el espejo.
Sunday, December 24, 2006
Delito Infantil. Extracto.
Respecto del delito infantil se reconocen, claramente, dos voces ; la de la ley y las instituciones encargadas de aplicar castigo y la de los niños como sujetos transgresores de la ley.
Para la ley, en primer lugar, el niño se reduce a delincuente y luego se intentan rescatar algunos de sus aspectos constituyentes como niño. Así; la familia y los afectos se traducen a situación de riesgo social, la escuela en deserción escolar y toda su acción cotidiana en ilegitima. Todo lo cercano y reconocible para el niño se transforma en abstracción irreducible a la práctica para el sujeto.
Mientras que para el niño, dada su condición de niño, la comprensión del mundo (y así la posible comprensión del castigo) se da en términos de su experiencia cotidiana, la ley, a través de las instituciones, separa al niño de su mundo significativo; desprendiéndolo así de sus herramientas de traducción y elaboración de discursos. Así como de sus relaciones sociales y afectivas más profundas y necesarias.
Si bien es cierto; es posible que el niño comprenda algunos grados de abstracción, estos siempre deben emerger de prácticas recurrentes y reconocibles para él.
Así, desde la perspectiva del niño, se le esta persiguiendo por hacer lo que es.
Dada la mencionada capacidad de abstracción ligada a la práctica que manejan los niños; sus procesos de identificación y definición de si mismos y de su entorno; de que se es, de quiénes son, así como la percepción de que esta bien y que esta mal, esta íntimamente ligada a lo que se hace. Hacer entendido como acto, acción y práctica. Como movimiento, intención asociada al acto (no necesariamente manifiesta) y acción recurrente y constitutiva de verdad.
Es así, entonces, como la ley y las instituciones además de estigmatizar al niño, de etiquetarlo, y de impulsarlo a actuar como es nombrado y tratado ; castiga sin un fin social. Para que el castigo cumpla alguna de sus funciones educadoras, es necesario, en primer lugar, que el castigado entienda porque esta siendo sancionado. Además; existe un sistemático olvido de la pregunta por las motivaciones del niño trasgresor. Es cierto lo dicho respecto de la capacidad de abstracción del niño; pero esto no significa que no sea capaz de desarrollar motivaciones y justificaciones de su acción, siempre ligadas a su práctica. En este caso; se establecen, claramente, motivaciones afectivas asociadas al núcleo más cercano de relación y protección que, cuando se trata de delito infantil, suele coincidir con el grupo que participa de la acción/delito.
Si se desconoce el aspecto motivacional del delito infantil, como se ha venido haciendo, el tratamiento de este será inevitablemente fallido, pues se intervendrá sobre el niño como si este fuera un agente pasivo, mere receptor de estímulos sin capacidad de intención, o se identificaran intenciones distintas de las elaboradas intersubjetivamente por el propio niño.
Como se puede ver el dialogo entre ley y sujeto trasgresor; entre instituciones y niño, no es posible dada la intención de hacer al niño hablar en el lenguaje de la institución. Se desarrolla toda una estructura legal e institucional para castigar y re- educar sin oír al niño, y sin permitirle hablar. Así no hay comunicación posible. No hay mejora posible sin comunicación.
Para la ley, en primer lugar, el niño se reduce a delincuente y luego se intentan rescatar algunos de sus aspectos constituyentes como niño. Así; la familia y los afectos se traducen a situación de riesgo social, la escuela en deserción escolar y toda su acción cotidiana en ilegitima. Todo lo cercano y reconocible para el niño se transforma en abstracción irreducible a la práctica para el sujeto.
Mientras que para el niño, dada su condición de niño, la comprensión del mundo (y así la posible comprensión del castigo) se da en términos de su experiencia cotidiana, la ley, a través de las instituciones, separa al niño de su mundo significativo; desprendiéndolo así de sus herramientas de traducción y elaboración de discursos. Así como de sus relaciones sociales y afectivas más profundas y necesarias.
Si bien es cierto; es posible que el niño comprenda algunos grados de abstracción, estos siempre deben emerger de prácticas recurrentes y reconocibles para él.
Así, desde la perspectiva del niño, se le esta persiguiendo por hacer lo que es.
Dada la mencionada capacidad de abstracción ligada a la práctica que manejan los niños; sus procesos de identificación y definición de si mismos y de su entorno; de que se es, de quiénes son, así como la percepción de que esta bien y que esta mal, esta íntimamente ligada a lo que se hace. Hacer entendido como acto, acción y práctica. Como movimiento, intención asociada al acto (no necesariamente manifiesta) y acción recurrente y constitutiva de verdad.
Es así, entonces, como la ley y las instituciones además de estigmatizar al niño, de etiquetarlo, y de impulsarlo a actuar como es nombrado y tratado ; castiga sin un fin social. Para que el castigo cumpla alguna de sus funciones educadoras, es necesario, en primer lugar, que el castigado entienda porque esta siendo sancionado. Además; existe un sistemático olvido de la pregunta por las motivaciones del niño trasgresor. Es cierto lo dicho respecto de la capacidad de abstracción del niño; pero esto no significa que no sea capaz de desarrollar motivaciones y justificaciones de su acción, siempre ligadas a su práctica. En este caso; se establecen, claramente, motivaciones afectivas asociadas al núcleo más cercano de relación y protección que, cuando se trata de delito infantil, suele coincidir con el grupo que participa de la acción/delito.
Si se desconoce el aspecto motivacional del delito infantil, como se ha venido haciendo, el tratamiento de este será inevitablemente fallido, pues se intervendrá sobre el niño como si este fuera un agente pasivo, mere receptor de estímulos sin capacidad de intención, o se identificaran intenciones distintas de las elaboradas intersubjetivamente por el propio niño.
Como se puede ver el dialogo entre ley y sujeto trasgresor; entre instituciones y niño, no es posible dada la intención de hacer al niño hablar en el lenguaje de la institución. Se desarrolla toda una estructura legal e institucional para castigar y re- educar sin oír al niño, y sin permitirle hablar. Así no hay comunicación posible. No hay mejora posible sin comunicación.
Wednesday, December 20, 2006
Discurso De Genero
Ningún discurso (tampoco el de género) es neutral, es decir, que porta una forma de entender (y de no entender por lo tanto) y una voluntad de hacer (y no hacer) determinada, en este caso, respecto de las relaciones e identidades de género, de las posiciones frente al poder y de la definición de estrategias en cuanto a familia, trabajo, participación política y derechos sexuales y reproductivos.
Leer el discurso de género implica, pues, un desmontaje de las distintas categorías que lo constituyen.
Por otra parte, es necesario decir que los discursos se articulan no solo en forma de afirmación; sino también en forma de negación; proceso a través del cual se generan espacios de sentido que instituyen y legitiman prácticas sociales y culturales, en este caso, en relación al rol y status de la mujer en la sociedad chilena.
Respecto del discurso de género diremos que opera, por una parte, en su negación y conjuración de las prácticas de discriminación laboral e identificación de la mujer como madre y esposa, como núcleo simbólico productivo para los fines de consolidación democrática de la concertación y, por otra, en consecuencia como aparato de distinción de la dictadura. Entendiéndolo simbólicamente como lo represivo, lo que domina, lo patriarcal.
El conjunto de estos discursos evocan un relato primordial que ubica la marginación de la mujer en el ánimo de otras voluntades no democráticas; y que, por lo tanto, encuentra el deseo de inclusión y participación de la mujeres en sectores progresistas fácilmente identificables con la concertación.
Los malos son los militares que penalizaron el aborto terapéutico, la iglesia que castiga y acusa el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y que, además, junto a los sectores conservadores apoya la idea de la familia como responsabilidad y lugar de la mujer.
El discurso de género puede así ser entendido como una formación simbólica funcional al proyecto de cohesionar la sociedad en torno a valores y normas culturales nuevas, propias de la democracia materializada en los gobiernos de la concertación.
Con el discurso que se plantea como contra- discurso de crítica cultural que excede los márgenes instituidos; que denuncia la injusticia de que la mujer no entre con fuerza al mercado laboral, que defiende el derecho a decidir sobre el cuerpo, se ponen en juego un conjunto de mecanismos, de funciones, de deseos que elaboran un contenido productivo para las nuevas fuerzas de la sociedad.
Así, mientras se cuestiona a la familia como lugar de la mujer, se ponen los derechos sexuales y reproductivos en el foco discursivo de la mujer y se lucha por su plena integración al mundo del trabajo asalariado, al mismo tiempo se identifica el lugar de la mujer con lo privado diciendo que: “el cuerpo es el único territorio que pertenece a las mujeres”.
Al mismo tiempo se dice que: “… lo más importante es brindar el apoyo necesario para compatibilizar las responsabilidades familiares y laborales”; ya lejos de plantear una crítica al sistema de dominación patriarcal materializado en el estado, se aboga por la inclusión de las mujeres en él.
Es así como el discurso de género dispone un conjunto de elementos elaborando un dispositivo que configura una representación simbólica donde se establecen los malos y lo malo; y por consiguiente a los buenos y lo bueno. Lo que produce, constituye, sistematiza y legitima es una figura simbólica que relaciona lo femenino, lo autónomo, lo libre, lo incluido con lo democrático, lo justo, lo reproducible.
Es un discurso altamente preformativo donde se funda la verdad y la ciudadanía a partir del reconocimiento de lo que debe ser desechado. Se establece claramente lo que no hay que hacer:
- no percibir a la mujer como madre- esposa
- no dejarla fuera del mercado laboral
- no decirle que hacer con su cuerpo
Y lo que hay que hacer:
- participar (como mujer) de las instituciones del estado y administrar la discriminación y marginación de la esfera pública desde el gobierno, que se identifica como el terreno (único) de lo democrático
- incluirse dentro del mercado del trabajo asalariado, esto es, proporcionar más mano de obra barata
- ayudar a las mujeres a compatibilizar familia y trabajo. Lo privado y lo público.
Los discursos de género funcionan como límite significante de una época oscura y configuran una nueva- otra cohesión social. Donde, a modo de analogía, no se le dice a las mujeres que hacer con su cuerpo, pero si que hacer con sus vidas.
Así, el intento por hacer una pregunta desestabilizadora del sistema discursivo en que están inscritas las proposiciones conservadoras; se transforma en la respuesta fundante de un nuevo sistema discursivo hegemónico.
Si bien las palabras, el discurso, tienen poder, poseen impactos particulares y diferenciados ya sea por la ausencia o sobre exposición de sus contenidos. Esto tiene que ver con las condiciones institucionales de su utilización (Bourdieu); es decir, la circulación masiva de estos discursos; la repetición y difusión de ellos, no solo por los medios de comunicación masivos, sino principalmente por emisores legitimados y/o carismáticos (como Bachelet) es fundamental para que estos articulen un poder real; que va desde su sola presencia a su capacidad potencial de interferir los códigos de la discursividad convencional.
Entre la emisión y la transmisión del discurso de género esta el proceso de circulación donde es necesario prestar atención a los poderes que seleccionan la información que será receptada. Desde esta perspectiva la utilización del discurso de género como dispositivo de articulación de un nuevo discurso hegemónico no ha de ser responsabilidad exclusiva de quienes “hablan” el discurso; sino de quiénes lo hacen circular e instalarse en el debate.
Por otra parte no podemos descartar otra línea de análisis que tiene que ver con la idea de Foucault de que el poder no se posee sino se ejerce a través de una red, de individuos en posición de sufrir y ejercer poder. Desde aquí es posible que las mujeres tras el discurso de género hayan intentado visualizar las localizaciones del poder para activar las estrategias necesarias de posicionamiento de su discurso.
Siguiendo con la línea de análisis desde Foucault diremos que existen lenguajes segregados que no están disponibles en el mercado de los intercambios lingüísticos; entre ellos, los discursos feministas que fueron expulsados sistemáticamente de la escena pública. Por mucho tiempo permanecieron relegados a la oralidad y algunos seminarios y charlas teniendo el discurso una circulación más restringida. En el texto de Foucault, El Orden del Discurso el autor señala que las prohibiciones, como procedimientos de censura de los discursos para dominar el poder que estos tienen, se imponen en dos regiones críticas: la sexualidad y la política. Una de las consideraciones de Foucault tiene que ver con la relación discurso/prohibición en la palabra del loco, que lleva a su segregación. De modo similar podríamos considerar a la mujer, discurso despreciado por la mera corporalidad distinta. Histérica, loca, demasiado emocional, chismosa.
Así, para aparecer, para hacerse visible, las mujeres tienden a transformarse, simbólicamente, en hombres. A asumir las formas del discurso dominante, viril; que las vuelven susceptibles de asimilación por los poderes construidos desde la dominación masculina, perdiendo así su valor trasgresor. Pues, el poder de los discursos aceptados/difundidos inhabilita el poder de los discursos que establecen una crítica al orden establecido.
Podríamos afirmar que para lograr posicionamiento público el discurso de género ha utilizado procedimientos de restricción y coacción interna, así como mecanismos de vigilancia discursiva.
Leer el discurso de género implica, pues, un desmontaje de las distintas categorías que lo constituyen.
Por otra parte, es necesario decir que los discursos se articulan no solo en forma de afirmación; sino también en forma de negación; proceso a través del cual se generan espacios de sentido que instituyen y legitiman prácticas sociales y culturales, en este caso, en relación al rol y status de la mujer en la sociedad chilena.
Respecto del discurso de género diremos que opera, por una parte, en su negación y conjuración de las prácticas de discriminación laboral e identificación de la mujer como madre y esposa, como núcleo simbólico productivo para los fines de consolidación democrática de la concertación y, por otra, en consecuencia como aparato de distinción de la dictadura. Entendiéndolo simbólicamente como lo represivo, lo que domina, lo patriarcal.
El conjunto de estos discursos evocan un relato primordial que ubica la marginación de la mujer en el ánimo de otras voluntades no democráticas; y que, por lo tanto, encuentra el deseo de inclusión y participación de la mujeres en sectores progresistas fácilmente identificables con la concertación.
Los malos son los militares que penalizaron el aborto terapéutico, la iglesia que castiga y acusa el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y que, además, junto a los sectores conservadores apoya la idea de la familia como responsabilidad y lugar de la mujer.
El discurso de género puede así ser entendido como una formación simbólica funcional al proyecto de cohesionar la sociedad en torno a valores y normas culturales nuevas, propias de la democracia materializada en los gobiernos de la concertación.
Con el discurso que se plantea como contra- discurso de crítica cultural que excede los márgenes instituidos; que denuncia la injusticia de que la mujer no entre con fuerza al mercado laboral, que defiende el derecho a decidir sobre el cuerpo, se ponen en juego un conjunto de mecanismos, de funciones, de deseos que elaboran un contenido productivo para las nuevas fuerzas de la sociedad.
Así, mientras se cuestiona a la familia como lugar de la mujer, se ponen los derechos sexuales y reproductivos en el foco discursivo de la mujer y se lucha por su plena integración al mundo del trabajo asalariado, al mismo tiempo se identifica el lugar de la mujer con lo privado diciendo que: “el cuerpo es el único territorio que pertenece a las mujeres”.
Al mismo tiempo se dice que: “… lo más importante es brindar el apoyo necesario para compatibilizar las responsabilidades familiares y laborales”; ya lejos de plantear una crítica al sistema de dominación patriarcal materializado en el estado, se aboga por la inclusión de las mujeres en él.
Es así como el discurso de género dispone un conjunto de elementos elaborando un dispositivo que configura una representación simbólica donde se establecen los malos y lo malo; y por consiguiente a los buenos y lo bueno. Lo que produce, constituye, sistematiza y legitima es una figura simbólica que relaciona lo femenino, lo autónomo, lo libre, lo incluido con lo democrático, lo justo, lo reproducible.
Es un discurso altamente preformativo donde se funda la verdad y la ciudadanía a partir del reconocimiento de lo que debe ser desechado. Se establece claramente lo que no hay que hacer:
- no percibir a la mujer como madre- esposa
- no dejarla fuera del mercado laboral
- no decirle que hacer con su cuerpo
Y lo que hay que hacer:
- participar (como mujer) de las instituciones del estado y administrar la discriminación y marginación de la esfera pública desde el gobierno, que se identifica como el terreno (único) de lo democrático
- incluirse dentro del mercado del trabajo asalariado, esto es, proporcionar más mano de obra barata
- ayudar a las mujeres a compatibilizar familia y trabajo. Lo privado y lo público.
Los discursos de género funcionan como límite significante de una época oscura y configuran una nueva- otra cohesión social. Donde, a modo de analogía, no se le dice a las mujeres que hacer con su cuerpo, pero si que hacer con sus vidas.
Así, el intento por hacer una pregunta desestabilizadora del sistema discursivo en que están inscritas las proposiciones conservadoras; se transforma en la respuesta fundante de un nuevo sistema discursivo hegemónico.
Si bien las palabras, el discurso, tienen poder, poseen impactos particulares y diferenciados ya sea por la ausencia o sobre exposición de sus contenidos. Esto tiene que ver con las condiciones institucionales de su utilización (Bourdieu); es decir, la circulación masiva de estos discursos; la repetición y difusión de ellos, no solo por los medios de comunicación masivos, sino principalmente por emisores legitimados y/o carismáticos (como Bachelet) es fundamental para que estos articulen un poder real; que va desde su sola presencia a su capacidad potencial de interferir los códigos de la discursividad convencional.
Entre la emisión y la transmisión del discurso de género esta el proceso de circulación donde es necesario prestar atención a los poderes que seleccionan la información que será receptada. Desde esta perspectiva la utilización del discurso de género como dispositivo de articulación de un nuevo discurso hegemónico no ha de ser responsabilidad exclusiva de quienes “hablan” el discurso; sino de quiénes lo hacen circular e instalarse en el debate.
Por otra parte no podemos descartar otra línea de análisis que tiene que ver con la idea de Foucault de que el poder no se posee sino se ejerce a través de una red, de individuos en posición de sufrir y ejercer poder. Desde aquí es posible que las mujeres tras el discurso de género hayan intentado visualizar las localizaciones del poder para activar las estrategias necesarias de posicionamiento de su discurso.
Siguiendo con la línea de análisis desde Foucault diremos que existen lenguajes segregados que no están disponibles en el mercado de los intercambios lingüísticos; entre ellos, los discursos feministas que fueron expulsados sistemáticamente de la escena pública. Por mucho tiempo permanecieron relegados a la oralidad y algunos seminarios y charlas teniendo el discurso una circulación más restringida. En el texto de Foucault, El Orden del Discurso el autor señala que las prohibiciones, como procedimientos de censura de los discursos para dominar el poder que estos tienen, se imponen en dos regiones críticas: la sexualidad y la política. Una de las consideraciones de Foucault tiene que ver con la relación discurso/prohibición en la palabra del loco, que lleva a su segregación. De modo similar podríamos considerar a la mujer, discurso despreciado por la mera corporalidad distinta. Histérica, loca, demasiado emocional, chismosa.
Así, para aparecer, para hacerse visible, las mujeres tienden a transformarse, simbólicamente, en hombres. A asumir las formas del discurso dominante, viril; que las vuelven susceptibles de asimilación por los poderes construidos desde la dominación masculina, perdiendo así su valor trasgresor. Pues, el poder de los discursos aceptados/difundidos inhabilita el poder de los discursos que establecen una crítica al orden establecido.
Podríamos afirmar que para lograr posicionamiento público el discurso de género ha utilizado procedimientos de restricción y coacción interna, así como mecanismos de vigilancia discursiva.
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